jueves, 13 de octubre de 2011

La vida en rosa


Avenida Rivadavia y José León Suárez, estación de Liniers. La escena es protagonizada por cientos de personas que transitan todos los días apresuradas. Como si estuviesen corriendo una carrera contra el siempre apacible tiempo. Allí, entre esa cotidiana muchedumbre, aparece como un rayo de luz un simple y conmovedor sonido que, por momentos, parece perderse en ese océano de ruido por el que navegan trenes e imponentes colectivos. Sin embargo, esa melodía que viaja por las infinitas vías del tren acompañando al viento, quiere hacerse oír.
            

Ubicado sobre el andén del tren Sarmiento se encuentra Luciano Gallo, un joven de 25 años que disfruta tocando la trompeta, su única aliada entre tanto desorden y apuro. Al ritmo de “La Vie en Rose”, aquel tema que inmortalizara a mediados de la década del cuarenta la cantante francesa Edith Piaf, Luciano pareciera estar viviendo en otra dimensión cuando ejecuta su instrumento, como si todo lo que sucediera en derredor suyo careciera de sentido e importancia para él.
            
 “Me gusta venir de vez en cuando a tocar. No lo hago por dinero, sino porque me da placer hacerlo”, asegura con tímida sencillez Luciano, quien utiliza la estación del tren como si fuese su escenario en el que puede desplegar y brindar todo su talento por la música que más ama, el jazz. Sin embargo, mientras Luciano le pone un poco de ritmo a la fría tarde invernal que cae sobre Liniers, la gente sigue yendo y viniendo, sin prestar atención siquiera por unos segundos a este chico que les obsequia su humilde espectáculo.  Muy de vez en cuando alguien parece dirigirle una furtiva mirada cargada de recelo, como si no entendiera el porqué de semejante situación. Pero lo cierto es que poco le importan a este joven músico las miradas ajenas de los demás. “A veces hay gente que me felicita por como toco, pero por lo general las personas me suelen ignorar”, admite con un poco de indiferencia.
            
 Son casi las siete de la tarde. El sol ya se ocultó y dio paso a la entrada de la siempre resplandeciente luna. El trompetista decide levantar sus pocas pertenencias y partir hacia su casa ubicada a unas pocas cuadras de la estación. Sereno, silencioso y con la grata satisfacción de haber podido realizar su modesto espectáculo, Luciano parte, pero para regresar. Tal vez mañana, pasado o la semana que viene; lo único seguro es que cuando vuelva a pisar el gastado andén de aquel viejo tren, Luciano intentará, junto a su querida trompeta, pintar la vida de rosa.  

Por Gonzalo Alves.-

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