jueves, 20 de octubre de 2011

El recuerdo de lo que no pudo ser

Por Eliana Cabezas y Manuela Canova

 La memoria los sedujo, los engaño y les terminó clavando un puñal por la espalda. Nada era como ellos esperaban o, mejor dicho, recordaban. No había pleno empleo, la crisis acechaba y la violencia crecía a pasos agigantados. El terrorismo parecía no tener fin, como así también sus victimas, sus asesinatos.  
 A medida que transcurrían los días el descontento aumentaba. No aguantaban más la situación, las acciones de la guerrilla, la inflación. Anhelaban que llegara el fin, que de una buena vez todo acabara. Sin embargo, jamás imaginaron que pronto se arrepentirían, que sus deseos se transformarían en pesadillas…

 La argentina se hallaba envuelta en un profundo caos que “Isabelita” no podía controlar, dominar. Es ahí, en el momento más culminante, cuando se produce el golpe de estado y entra en acción el “Proceso de Reorganización Nacional”.
 Ni bien asumió al poder, el gobierno de facto de Jorge Rafael Videla depuso las autoridades políticas y los ministros de la Corte Suprema, disolvió el Congreso y los partidos políticos e intervino las organizaciones sindicales. Pero no fue suficiente, el objetivo era otro: abatir el terrorismo subversivo, silenciar completamente a la Nación.



Ignorancia como excusa al individualismo

 La ignorancia era enorme. Nadie conocía que era lo que ocurría, simplemente sabían que algunos “culpables” desaparecían. De esta manera, el miedo no sólo se instaló en la sociedad, sino que también produjo un gran individualismo. En otras palabras, poco a poco dejó de importar la opinión, la mirada, lo que le ocurría al otro.
 El miedo por las consecuencias de cada acto se traducía como distanciamiento entre los ciudadanos. Nadie quería figurar en la agenda telefónica de algún conocido fuera militante o no, involucrado en política o no, por fobia a lo que le podía deparar el destino. Bajo el lema “el silencio es salud” publicado en carteles en las calles de las ciudades, la gente se atormentaba dentro de su reconocida ignorancia, entretanto las víctimas cumplían heroicamente el lema a “rajatabla”.
 Mientras el caos económico los consumía por la falta de funcionamiento de la política económica, los ciudadanos argentinos se machacaban la cabeza y ocupaban su tiempo buscando a familiares que de un día para el otro no estaban más. Sí, como se lee: no estaban más. Como más adelante diría uno de los líderes represores de aquel entonces: “Ni vivos ni muertos, desaparecidos”, frase que tomaría más importancia cuando se dio a conocer el nefasto número: 30000 “ni vivos ni muertos”.
 Poco a poco la gente se fue dando cuenta que no podía contar con nadie, que todas las entidades estaban ligadas con el Gobierno y que ni siquiera buscar asesoramiento jurídico era seguro. Sólo aproximadamente un 35 por ciento de las familias de desaparecidos hizo la denuncia ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Los argentinos estaban solos, atrapados en su reconocida ignorancia. Pero no tardarían en cambiar el rumbo de su destino.

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