Nació el 25 de febrero de 1778 en el pueblo de Yapeyú, que en ese entonces dependía del Virreinato del Río de La Plata. Fue el quinto hijo de Juan de San Martín, quien llegó a ocupar el cargo de teniente, y de Gregoria Matorras del Ser, ambos oriundos de la provincia de Palencia, España.
A los 6 años se trasladó con su familia a la madre patria e ingresó al seminario de nobles de Madrid. En el regimiento de Murcia inició su carrera militar con apenas 11 años. Las comparaciones son odiosas, pero realmente si uno se imagina a un chico de once años, lo hace enfrente de la computadora, o jugando con su celular… Afortunadamente José Francisco nació en otro época.
A los 19 años, edad en la que los chicos hoy en día recién vuelven de su viaje de egresados, ya había sido ascendido a subteniente, por su gran accionar ante los franceses en Pirineos.
Luego que su regimiento se rindiera en 1978, luchó en el sur de España, con el grado de capitán 2do de infantería ligera.
Luego que su regimiento se rindiera en 1978, luchó en el sur de España, con el grado de capitán 2do de infantería ligera.
El 19 de julio de 1808 el ejército de Borbón, del cual San Martín era capitán, vence a los franceses en la batalla de Baylén. Este triunfo permite al ejército de Andalucía recuperar Madrid y es la primera derrota importante de las tropas de Napoleón.
Según cuenta la anécdota, ingresando Napoleón Bonaparte a una de las ciudades donde se encontraba San Martín, Napoleón ve el uniforme que vestía el futuro “general” y con una mirada penetrante y tocándolo con el dedo índice le dice “Bailen” reconociendo la valentía del batallón y por otra parte doliéndole el triunfo que las tropas de San Martín le habían propiciado a sus granaderos.
Luego de ser condecorado con una medalla de oro, siguió luchando contra los franceses en el ejército de los aliados: España, Portugal e Inglaterra.
Recién en enero de 1812, San Martín se embarca hacia Buenos Aires en la fragata inglesa, George Canning. Con 34 años y más logros que cualquier otro hombre de su edad…
Por Facundo Lilo Leza
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